(estudiante avanzado UCSE-DASS)
Ponencia distinguida con el 1º Premio por en la Comisión Estudiantes
de las “XXIV Jornadas Nacionales de Derecho Civil”
organizadas por la Facultad de Derecho de la Universidad
de Buenos Aires, celebradas el 26, 27 y 28 de septiembre de 2013.
Uno de estos días, me preguntaba acerca del derecho a la vida. Y la verdad que como en tantas cosas de esta vida, encontré un sinnúmero de respuestas cada una con sus matices dependiendo de la cosmovisión del autor que me ilustraba.
Uno de los autores que más me llamó la atención, fue don Ernesto Sábato con su recordado pensamiento: “La vida es tan corta y el oficio de vivir tan difícil, que cuando uno empieza a aprenderlo, ya hay que morirse”.
Entendí que la vida es esa búsqueda constante de anhelos, sueños, deseos y el desafío más importante es trazar ese camino hacia su realización.
Cada ser humano tiene ese derecho humano fundamental a realizar su vocación y con ella todo lo que anhele, desee o sueñe.
Si la vida es de por sí muy corta para aprender ese “oficio”, cuanto más lo es para quienes ilegítimamente son privados de ella. Entonces pensé, cómo no vamos a reivindicar el valor de la vida humana como derecho si es el mismo pasado el que nos reclama que repensemos constantemente las estructuras del presente. En efecto, la historia del hombre se ha convertido en una invitación permanente a luchar por el respeto de nuestra misma dignidad humana, tantas veces bastardeada.
Es entonces cuando los recuerdos tristes y felices que colman las páginas de la historia universal, se conjugan para recordarle al estudiante, al profesional, al trabajador incansable y a toda persona de buena voluntad que la historia te enseña a amar a quien se encuentra en otro lado del mundo por el solo hecho de ser “humano”.
Esto es así porque el daño que le hacen a otro ser humano es necesariamente un daño a la humanidad y es ahí donde nosotros estamos llamados a un dolor compartido en la búsqueda de una sensibilidad común que en el mundo de hoy no tiene cabida.
Recordar a los armenios y civiles caídos en la Primera Guerra mundial es solo posicionarnos en la antesala del horror. Entonces se vienen a nuestra mente todos esos horrores donde el Derecho a la Vida solo fue una vana ilusión. Pensar en el enfrentamiento de la entonces Unión Soviética con la Alemania nazi y Japón. El Holocausto contra los judíos por el gobierno nazi y sus colaboradores. Pensar además en los miles de incapacitados física y mentalmente que fueron asesinados en el terrible “Programa de Eutanasia” de los nazis. Los millones de prisioneros de guerra soviéticos que murieron de hambre, enfermedad, descuido, o maltrato. La bomba atómica lanzada por EE.UU. sobre Hiroshima y sobre Nagasaki.
Las millones de toneladas de bombas descargadas por los aliados sobre Alemania. Recordar el régimen del Apartheid en Sudáfrica y Namibia.
Pensar que en el mundo árabe hoy se sigue matando impunemente, vale traer a nuestras mentes el holocausto palestino y a los hasta hoy millones de ciudadanos palestinos que han sido asesinados por las fuerzas de ocupación extranjeras y por las fuerzas israelíes, militares y paramilitares.
A su vez, nuestra Argentina también conoce de grandes estragos. Conoce de desaparecidos, de desocupados. Traemos a la mente hechos como la semana trágica y los golpes de estado. Recordamos la década infame, a los oligarcas y a los desvalidos. Esta Nación conoce de la desprotección de los derechos de los aborígenes y de los niños a que a diario padecen el hambre. Conoce además de torturados y olvidados. Conoce de saqueos, del Rodrigazo y el Cordobazo como también recuerda aquella noche de los lápices. Tuvimos también nuestras revoluciones y muchos años atrás los caídos por la patria, quienes soñaron con una verdadera Nación. Hoy también recordamos el atentado a la AMIA y otras tantas personas que a diario mueren en la clandestinidad de la delincuencia.
Y en medio de tanta muerte, recordamos también que en el año 1946 nació la Declaración Universal de los Derechos Humanos como instrumento internacional. Una respuesta acertada a los flagelos de este mundo en medio de aquel aterrador siglo XX.
Pero aun así cabe preguntarse, si la gente tiene derecho a la comida y al abrigo, ¿por qué hay miles de niños muriendo de hambre cada día? Si tenemos derecho a la educación, ¿por qué hay millones de adultos en el mundo que no pueden leer ni escribir? Si la gente tiene libertad de expresión, ¿por qué hay tanta gente desaparecida o incluso en prisión por hablar con sinceridad? Si la esclavitud fue realmente abolida, ¿por qué siguen existiendo miles de mujeres esclavizadas por la trata de personas? Quizá, los Derechos Humanos son un poco más que unas cuantas palabras en una página de un libro o en los discursos de algún gobernante.
Eleonor Rosevelt se preguntaba acerca de los DDHH en su Revolución inconclusa “¿Dónde, después de todo, comienzan los derechos humanos?
En lugares pequeños, cerca de casa - tan cerca y tan pequeños que no aparecen en ningún mapa del mundo. Sin embargo, están en el mundo individual de cada persona: El barrio en el que vive, la escuela o universidad a la que asiste, la fábrica, granja u oficina donde trabaja.
Esos son los lugares donde cada hombre, mujer y niño busca igualdad de justicia, igualdad de oportunidades e igual dignidad sin discriminación. A menos que allí estos derechos tengan significado, estos tendrán un significado mínimo en cualquier otro lugar. Sin una acción deliberada de los ciudadanos para defender sus derechos desde casa, vamos a buscar en vano el progreso en el resto del mundo”.
Sin lugar a dudas, hoy nos encontramos ante esta revolución inconclusa que clama a nuevos empuñadores de la espada de la virtud y necesita de quienes se animen a renovar los paradigmas y hagan de ésta nación un verdadero ideal de Fraternidad.
Clama que nos manifestemos incansablemente, así como lo hicieron muchos de nuestros padres y abuelos en las plazas de nuestra Argentina.
Como lo hicieron los héroes de la Patria. Como lo hicieron cientos de personas en el mundo que creyeron en el derecho a la vida no solo como la oportunidad de “vivir” sino también de “vivir dignamente”.
Justamente, quienes luchan hoy en día en contra del hambre o la discriminación, no son superhéroes de comics o películas, sino que son aquellos padres, niños, madres, jóvenes, maestros, abogados, artistas, obreros, desempleados y lo hacen con la plena conciencia de que debemos reconocer a los DDHH en cada rincón del planeta pero también llevar ese mensaje a cada lugar y dar testimonio de vida de nuestro credo en la Justicia, la paz, el orden, el amor.
Los DDHH no son una simple lección de historia, sino que son las elecciones que hacemos todos los días en pos de la defensa de la vida humana.
Elecciones que nos llevan a luchar por una sociedad más justa o bien a solo ser parte de la rutina. Elecciones que dignifican nuestra vida en cada obra que hacemos a lo largo de nuestro ciclo vital.
Hace falta volver a creer en el derecho humano a la vida. Ese derecho humano fundamental que debe embelesarnos. Embelesarnos por el solo hecho de saber que la vida es esa maravillosa aventura, ese sueño que quizá sea complicado pero que es bello a la vez; este derecho no es un derecho cualquiera sino que es el alma del mundo expresada sublimemente en el joven y su vigor exultante que todo lo ve pintado como un deseo y una ilusión constante; así como en el adulto con su sabiduría y madurez como en aquella ancianidad exuberante de experiencias.
Entender el derecho desde el lado más humano, es hoy el desafío más importante para cualquier estudiante que quiere hacer de su profesión un servicio al hermano y no un medio de gestión económica particular. Pero también es un valioso aporte al Derecho a la vida porque significa ver al “otro” como un hermano y no como una oportunidad.
Entender que “el otro” no es un enemigo sino antes un amigo. Entender que hay varios hermanos que en la lucha por el respeto de su humanidad han sido despojados de toda dignidad y ultrajados en lo más básico y humano de nuestra personalidad, es el primer paso de la construcción de ese “orden social justo”.
Una vida humana es de por sí, valiosa. Y no hay guerra que se justifique como no hay muerte que pueda decirse que es buena. Hoy, llevar ese mensaje de esperanza y vida a los pueblos es la invitación más importante y grandiosa que se haya hecho.
¿Que derecho tenían los ejecutores de las penas capitales? ¿Bajo que norma lícita se mataron a tantas personas? ¿Cómo es posible que el hombre haya sido la peor bestia para el mismo hombre? ¿Qué derecho les asiste? ¡Ninguno!
Es por ello que hoy hay que reivindicar el valor de la vida humana porque no son miles o millones las vidas que se perdieron sino que se mato a un ser humano, a otro humano y a otro y a otro con nombre y apellido. Las personas no somos una estadística sino que somos un templo de ese maravillo don que es la vida. Debemos recordar esta idea una y mil veces para que no queden dudas al respecto.
Y al final de estas líneas ahí está aun ese sueño, ese sueño que me motiva a escribir estas palabras y que me alienta a caminar. Sueño que ha movido a tantos a lo largo de la historia. Sueño que ha sido ilustrado y retratado de miles de formas; que ha sido letra de canciones y que ha inspirado los más bellos poemas. Cuando todo está convertido en un lamento donde mueren las ilusiones, un lamento acurrucado y aparentemente irreparable. Allí donde los desheredados de este mundo son esclavos de la desesperación y en medio del estiércol de la pena se hunden. Es allí donde queremos buscar entre las piedras esa llama, ese resplandor o algo que nos de esa esperanza para sobrevivir. Ahí es donde buscamos ese sueño.
Caminamos con la conciencia de que nos hemos caído cientos de veces pero que más temprano que tarde llega la hora de levantarse. Y con la convicción de que en ese momento hay que mirar de frente al sol y entender que el mundo no ha terminado y encontrar ese sueño que camina sobre las cenizas de un triste pasado pero que sigue de pie solo por la esperanza de encontrar la luz de la felicidad. Esa es la esperanza que mueve al mundo, esa es la infinita esperanza en el corazón de los hombres.
Esperanza que se llama: la vida humana.