Abordamos una temática que tiene una pluricausalidad, y que se puede analizar desde diversos enfoques. Desarrollaremos en este trabajo una relación entre la crisis de fe y las imágenes negativas de Dios, valoraciones sobre Dios que se aprenden en los primeros años de la vida y se sostienen, en muchos casos a lo largo de toda la vida, sin lograr desaprenderlas y que conducen a una religiosidad enferma y/o a las crisis de fe. Entre las valoraciones negativas que podemos señalar, la principal se caracteriza en ver la divinidad como un juez amenazador, que impone miedo y temor al hombre, es un Dios que ama, pero que al mismo tiempo no tiene piedad en castigar cada falta. Se relaciona el castigo de Dios con los sucesos desagradables, se lo ve como un “policía del mundo”, generando en el ser humano sentimientos de miedo, angustia, desconfianza y esclavitud.
Otros creyentes desarrollan y alimentan la imagen de un Dios contable y legalista, como si fuera una máquina que anota todos los errores cometidos por los hombres que violan las leyes. Se trata de un juez inexorable que castiga por las culpas cometidas, nada se le escapa de su esfera y todo le sirve para castigar al hombre, desarrollando en la persona sentimientos de un control obsesivo, vive amenazado, no es libre de vivir su propia vida, ser cristianos se relaciona con respetar ciertas leyes como condición para salvarse. Muchas crisis personales de creyentes se sustentan en esta imagen de Dios que da una serie de prescripciones y que aquellos que no las pueden cumplir serán severamente castigados. En el tribunal de este Dios, muy pocos podrán tener buena suerte.
Otra imagen muy desarrollada que lleva a las crisis de fe, consiste en considerar a Dios como un ser eficiente que exige eficiencia, llevando al hombre a la autodestrucción, el centro de la vida de la persona es la producción, “dime cuánto haces y te diré cuánto eres, y cuánto vales”. Se debe producir siempre para sentirse aceptado y para realizarse. El trabajo es toda la vida, la eficiencia y el suceso le dan valor al hombre. También Dios pretende del hombre eficiencia, y si el rendimiento no es obtenido con la obediencia espontánea, se debe aplicar el castigo. El que vive con esta mentalidad de eficiencia, transfiere su experiencia sobre Dios, pensando que su amor debe ser conseguido con eficiencia, trabajo, esfuerzo. En el fondo la relación con Dios depende sólo del esfuerzo personal. La iniciativa es del hombre que decide hacer cosas por la divinidad. Una manifestación la encontramos en el activismo espiritual, el hacer muchas cosas, “mucho apostolado”, pero no centrado en el otro, sino más bien por el miedo a la soledad, al vacío. En muchas ocasiones hay una fuerte necesidad de realización, de éxito.
Podríamos seguir indicando imágenes equivocadas sobre el Ser Supremo que conducen a distorsionar la realidad, la imagen personal, y la relación con los otros produciendo enfermedad, una religiosidad enfermiza que oprime, conduciendo al ser humano a vivir su vida desde el miedo, la lejanía, y el sin sentido, y en muchas ocasiones se producen verdaderas crisis de fe que se resuelven abandonando toda práctica y toda creencia, “sacando a Dios de la propia vida”.
Si bien la temática es extensa, y apasionante, no queremos finalizar el aporte sin indicar algunos caminos de solución, no es fácil ayudar a las personas que creen en Dios con temor, cuesta ayudarlas a que recuperen una sana relación con Él. Es necesario pasar del Dios juez despiadado al Dios misericordioso, lleno de amor, que es la imagen que Jesús nos ha dejado de Dios a lo largo de toda su vida terrena. Jesús presenta un Padre bondadoso, que no juzga, que va el encuentro del hijo pródigo lleno de amor, que acoge a los que lo han rechazado, que ama a todos los pecadores, despertando en ellos confianza.
Jesús es la prueba del amor de Dios Padre, que envía a su propio Hijo para la salvación del hombre. La cosa que más quiere Dios es reestablecer la amistad con toda la humanidad. Dios quiere sanar las deficiencias y las imperfecciones perdonando al hombre de un modo amoroso, para que le sea posible comenzar de nuevo. Centrarse en Jesús puede ayudar a tener una idea de Dios como fuente de vida y constructor del bien. Es necesario tener en el día algunos espacios que sean propios. Descubrir el valor del silencio, de la calma, de reencontrar una serenidad interior. No tener miedo a la soledad, al vacío interior. Solo dando pequeños pasos se puede transitar nuevos itinerarios de vida, expresando un amor ordenado a sí mismo. Es necesario liberarse de una idea de autorrealización, y autoredención, según la cual el hombre puede hacer todo, entrando en competencia con Dios. Este intento de competir con Dios lleva al hombre a la desilusión y frustración. Centrarse en la persona de Jesús que es liberadora, que ha desarrollado una forma de estar y ser en el mundo comprometida con sus hermanos y con Dios, compromiso que lo condujo a vivir siempre optando por la justicia, la solidaridad y la dignidad de las personas.
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